No soy poeta ni poetisa.
No domino los símbolos,
no sé nada de métrica.
Cuando te rozo el brazo
sigo sin serlo.

Carezco de sentido del ritmo
y hasta los pareados se me escapan.

Todavía, cuando te rozo los labios
y te recorro los sueños
con la mano acariciándote
las arrugas de la frente,
no lo soy.

No podría conseguir ni un sólo
verso que despierte tus sentidos
o te evoque mundos lejanos.

Ni cuando busco la trastienda
de mi ombligo en tu propia espalda
ni cuando te beso las piedras del alma,
no, entonces no lo soy.

Cuando te recorro de memoria
sin conocerte y me deshago lentamente.
Cuando me vuelvo simple y serena,
sin la divinidad de los interiores,
y acaso una sensación,
como de sábanas arrugadas
que se deslizan en las manos.

No sabría contarte mi vida rimando
en asonante, ni declararme
en estructura ABBA, ni en un soneto.

No soy poeta. Ni poetisa.
Pero cuando me invento vivirte,
hago poesía.